Te encontré caminando no te veías como siempre pero no te dije nada, sólo sonreí como todas la veces que te veía, así nada mas por verte y me pareció que te acercaste, dejaste a un lado (al menos por un segundo) la enorme carga del trabajo, la escuela y Dios sabe que tantas cosas. Tu abrazo no fue tan efusivo como otras veces pero fue sincero y no pudiste evitar reírte cuando te conté que me había caído por ir leyendo mientras caminaba (sólo a mi se me ocurre) pero sabes que hay libros que no pueden esperar.
Tenía tiempo de no verte aunque siempre te he sentido cerca, extrañaba esa sonrisa tan especial que pones cuando hago muecas o me pongo a hacer marometas a media plaza, y esos ojos curiosos de las dos o tres veces que hago como que hablo en serio. Lo cierto es que estaba tan acostumbrado a encontrarte entre líneas, que no sabía que hacer quería abrazarte, besarte y contarte tantas cosas que solo acerté a darte la mano y me quede en silencio, tranquilo, dispuesto a escucharte (era lo que el corazón mandaba).
No dijiste nada y yo tampoco te pregunté. Lentamente busqué tus ojos y me los llevé hacia el cielo, un poco mas arriba de las grises nubes que cubrían el cielo; allá donde siempre es azul, aunque ese día pesabas un poco más y no tengo pena en reconocer que llegué algo cansado, pero era lo menos que podía hacer después de tantas veces que te has tenido que meter al lodo para echarme la mano o por lo menos para agradecerte por alguno de los caramelos que endulzan mis cuentos.
Recuerdo que querías que detuviera el tiempo aunque fuera por un segundo como si no supieras que en el paraíso no hay tiempo: por eso es eterno, aunque me entró miedo de que tal vez tú no estuvieras ahí y mis fuerzas no fueran las suficientes. Un suspiro trajo la ligereza que necesitaba para llevarte aún mas lejos y el blanco de tus dientes sirvió de pañuelo para enjuagar dos o tres lagrimas de mi corazón, aún cuando tenía los ojos bastante secos no como aquella vez que sentado a tu lado me veía partir.
Te veías algo cansada, así que casi sin que te dieras cuenta te cargué a mis espaldas y seguí avanzando con esa determinación que sabes que regularmente me falla, y me animaban las risas que a mis espaldas no podías evitar cada vez que jadeaba o cuando parecía que por fin se me doblaban las piernas. El sudor me llenaba la cara y me picaba los ojos; me ayudaste a limpiarlos pero olvidaste quitar tus manos, así que frente a la noche repentina me entraron ganas de correr, retando un poco al desastre.
Caídos en la hierba de regreso a la tierra, con las rodillas algo raspadas, entre tus cabellos algo revueltos me encontré que tenías otra cara. Algo mas fresca, aunque seguías algo preocupada, pude leer en las líneas de tu frente que tenías que irte, que hace rato que te esperaban, me dejaste boca arriba, tranquilo, maravillado al ver el cielo que acabábamos de recorrer, a media carrera volteaste como para ver si seguía ahí y me gritaste a la distancia:
“uno no puede evitar al pasar por los parques, detenerse para subirse a los columpios o para dar una vuelta en el carrusel”.
Subscribe to:
Post Comments (Atom)
No comments:
Post a Comment